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19 de agosto de 2010

Algunas reflexiones sobre el diálogo que se inicia

Ayer hicimos el lanzamiento del Concurso de arte en el que estamos trabajando, en la Galería Patricia Ready. Disfrutamos de un rico desayuno y a continuación oimos la presentación que Catalina Zabala había preparado para la ocasión. Muchas de las artistas que participan en el Concurso aprovecharon de firmar las Bases y dimos por iniciado el certamen.
Para quienes somos creyentes, este diálogo tiene una iniciativa divina. Es Dios quien se acerca a los hombres; quien se revela a los hombres como el único Dios verdadero. Se revela a Abraham, a Isaac y a Jacob; a Moisés y a los patriarcas. Habla por boca de los profetas. A todos ellos les reitera una promesa: que vendría un mesías salvador a rescatarlos de la miseria física y moral, de la enfermedad y de la muerte, que había entrado en el mundo por el pecado.
Este Dios se revela definitiva y plenamente en Jesucristo, el Hijo del único Dios vivo; que viene a vivir entre los hombres, asumiendo un cuerpo de hombre, naciendo de una mujer, la Virgen María. A partir de su venida, toda palabra que viene de Dios la oímos por boca de Jesucristo.
Él recorre Galilea predicando el Evangelio, es decir, la Buena Nueva del advenimiento de un reino que no es como los reinos de este mundo y que, en definitiva, consiste en Él mismo, en su reinado de amor en los corazones de los hombres. Confirma con obras prodigiosas sus palabras llenas de autoridad divina. Él es el Adonai, el Bellísimo. Los niños se le acercan. Su mirada conquista los corazones de los hombres. "Yo soy", y frente a Él caen todos por el suelo, cuando lo prenden en le Huerto de los Olivos.
No hay retratos de su rostro ni de su porte físico. Pero la fe cristiana desde el principio, a través de la mano del artista, procura representarlo; y aquí comienza la respuesta a la Palabra de Dios por mano del artista. Así comienza el diálogo.
A través de los tiempos, el artista procura responder a esta Palabra sin palabras; con el color, con la forma, con la imagen que plasma en la piedra, en el lienzo, en lo que encuentra. Estas representaciones suscitan reacciones: mueven al amor, a la oración, al dolor, al perdón, a la alegría de la Resurrección. Inspiran el deseo de trascendencia. Se ha entablado el diálogo entre el arte y la fe; entre Dios y los hombres.
Sabemos que este Dios-Hombre es muerto en una Cruz; pero al tercer día resucita por su propio poder. Se muestra resucitado a testigos que Él elige de antemano: en primer lugar a su Madre la Virgen María; después a las mujeres que lo seguían, las primeras mensajeras de la buena nueva de la resurrección; y, finalmente, a los apóstoles, y a muchos discípulos reunidos.
Suscita dudas en Tomás; pero finalmente vence la evidencia física del Resucitado. Asciende a los Cielos; y esta sentado a la derecha de Dios Padre. Desde allí vendra un día a juzgar a los vivos y a los muertos; y a instaurar un reino que no tendrá fin.
Un diálogo renovado retoma nuevamente estas verdades; y responde a ellas, con el color, con las formas, con las imágenes y figuras de hoy. Este es el gran desafío que tenemos por delante. Celebrar el Bicentenario con una muestra escogida de este diálogo que queremos retomar entre Dios y los hombres, con el lenguaje del arte.

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